Oseas 2:13-23; Ecle 6
Hay dos grandes tragedias que le pueden suceder a un hombre en su vida: No lograr lo que su alma desea y… lograrlo. ¿Qué quiere el hombre?, ¿Cuál es el fin de la vida del hombre? Si el fin de la vida es lograr el éxito, entonces su alma nunca se saciará de buscarlo. La palabra éxito se ha impreso con tinta indeleble en la mente de las personas, es como si naciéramos y se nos programara con el único objetivo de lograr el éxito. La vida se convierte, en la niñez en una preparación, y en la adultez en una frenética carrera por lograr el éxito. Es el deseo del alma. ¿Éxito en qué? O, ¿Qué es éxito? Cada quien tiene su propia definición. Para muchas personas el éxito se asocia con una familia grande, una casa hermosa, con muchas comodidades, para otras es una carrera haciendo lo que le gusta, que le colme de satisfacciones personales, reconocimiento y por supuesto, una buena dosis de dinero. Para otras personas el éxito es simplemente ser útiles a la sociedad mediante sus labores. Para otros, éxito es ser reconocido por la historia, ser un personaje de influencia en las naciones. El éxito se define en términos de lo que una persona quiere ser y lograr.
Sea lo que sea que define el éxito, al lograrlo traerá consigo un estado de placer, seguridad y satisfacción, en otras palabras, la felicidad, la cual es imposible alcanzar antes del logro.
Una gran desgracia para el hombre sería no lograr su éxito. Faltaría algo y siempre estaría la desazón de lo que hubiera podido ser y no fue, la frustración, un sentimiento negativo hacia sí mismo que angustia el corazón.
Pero irónicamente, lograrlo no es un mejor escenario. La gran paradoja es que después del logro, se descubre que el estado de satisfacción que en últimas traería el éxito es efímero. Un poco mas y el estado de contentamiento parece haber desaparecido, es como si el alma necesitara algo más. La seguridad parece insuficiente, la mente comienza entonces a buscar nuevos y mayores objetivos y el corazón a angustiarse por lograrlos. El deseado estado de satisfacción y contentamiento se convierte en una ilusión y todo en un círculo vicioso. Sucede como en la escritura:
Hay dos grandes tragedias que le pueden suceder a un hombre en su vida: No lograr lo que su alma desea y… lograrlo. ¿Qué quiere el hombre?, ¿Cuál es el fin de la vida del hombre? Si el fin de la vida es lograr el éxito, entonces su alma nunca se saciará de buscarlo. La palabra éxito se ha impreso con tinta indeleble en la mente de las personas, es como si naciéramos y se nos programara con el único objetivo de lograr el éxito. La vida se convierte, en la niñez en una preparación, y en la adultez en una frenética carrera por lograr el éxito. Es el deseo del alma. ¿Éxito en qué? O, ¿Qué es éxito? Cada quien tiene su propia definición. Para muchas personas el éxito se asocia con una familia grande, una casa hermosa, con muchas comodidades, para otras es una carrera haciendo lo que le gusta, que le colme de satisfacciones personales, reconocimiento y por supuesto, una buena dosis de dinero. Para otras personas el éxito es simplemente ser útiles a la sociedad mediante sus labores. Para otros, éxito es ser reconocido por la historia, ser un personaje de influencia en las naciones. El éxito se define en términos de lo que una persona quiere ser y lograr.
Sea lo que sea que define el éxito, al lograrlo traerá consigo un estado de placer, seguridad y satisfacción, en otras palabras, la felicidad, la cual es imposible alcanzar antes del logro.
Una gran desgracia para el hombre sería no lograr su éxito. Faltaría algo y siempre estaría la desazón de lo que hubiera podido ser y no fue, la frustración, un sentimiento negativo hacia sí mismo que angustia el corazón.
Pero irónicamente, lograrlo no es un mejor escenario. La gran paradoja es que después del logro, se descubre que el estado de satisfacción que en últimas traería el éxito es efímero. Un poco mas y el estado de contentamiento parece haber desaparecido, es como si el alma necesitara algo más. La seguridad parece insuficiente, la mente comienza entonces a buscar nuevos y mayores objetivos y el corazón a angustiarse por lograrlos. El deseado estado de satisfacción y contentamiento se convierte en una ilusión y todo en un círculo vicioso. Sucede como en la escritura:
También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo
dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los
edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi
alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come,
bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma;
y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no
es rico para con Dios.
(Lucas 12:16-21)
La verdad, como la dice la palabra, es que ese estado de satisfacción, contentamiento, seguridad y reposo solo tiene una fuente legítima, Dios. Nada de lo que conocemos en la vida puede ser estable, la salud, unas buenas finanzas, las personas a nuestro alrededor. Todo es perecedero. Pero Dios es eterno. Si alguien está del lado del Todopoderoso, ¿no estará tranquilo?
La seguridad, la confianza, el contentamiento, el reposo, la satisfacción en Cristo no son un fin, son el Camino. Sea pobre, sea rico, tenga familia o no la tenga, sea empleado o patrón, famoso o anónimo, esas son circunstancias pasajeras, el que anda en el Espíritu tiene reposo, tiene contentamiento, lo cual no es igual a conformismo, sino a satisfacción, felicidad y seguridad.
Pablo lo expresa así:
Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos
traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento
y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen
en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los
hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al
dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron
traspasados de muchos dolores.
(1Ti 6:6-10)
El gran peligro de nuestra programación cultural es que, cuando este éxito definido por el deseo de nuestra alma es un fin, adquiere poder sobre nuestra vida, literalmente se vuelve nuestro amo y nuestra vida, una vida de servidumbre a el. Los antiguos cananeos tenían muchos amos, ellos los personificaron y les dieron nombres, eran sus dioses: Los Baales. Cuando Israel entró en contacto con esta cultura se desvió, olvidándose de Dios para perseguir la “seguridad” que le podían dar los baales. Se convirtió en un pueblo idólatra, algo muy similar a lo que ocurre ahora cuando el hombre busca satisfacción y seguridad en su definición de éxito.
La palabra idolatría se asocia siempre con costumbres antiguas y abominables de pueblos primitivos que ya no existen. En realidad la idolatría se vive hoy tal vez con más intensidad que antes. ¡Vivimos en medio de una cultura idólatra!
Cuando Jesús dijo:”Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. “(Luc 16:13)
La palabra que utilizó para riquezas fue μαμμωνᾶς, Mammonás, una palabra de origen caldeo que denota la confianza en las riquezas personificada. ¡Era un dios caldeo! así, en el plano espiritual, el que persigue las riquezas para obtener seguridad en ellas se convierte en un idólatra, un esclavo de un dios falso.
Dios tuvo que aplicar un tratamiento especial a su pueblo, doloroso y prolongado, cuyo fin es quitar la idolatría de Israel. El tratamiento consistió convertir la seguridad que buscaban en horror. Dios diezmó a la población, los entregó a la esclavitud, fueron víctimas de sus enemigos, de enfermedades, de fenómenos naturales. Murieron miles de israelitas.
Después Dios restauró a su pueblo y le hizo volver a sí mismo en Jesucristo, para ser su pueblo y él ser su Dios. No contento con eso, extendió su salvación a través de Jesucristo a todos nosotros, así que estos capítulos amargos de la historia de Israel ahora también son nuestra propia historia.
Las riquezas, fama y poder son resultados y no mas que eso. Una gran familia y la salud son una gran bendición, tremenda felicidad, pero aún así tampoco nos pueden dar seguridad, satisfacción y contentamiento perpetuo. Son pasajeras. Abraham le afirmó a Dios que su confianza estaba puesta sólo en Él aún a costa de su propio hijo Isaac (Gen 22) y por eso Dios lo bendijo con una bendición de la que aún hoy oímos todos.
Para demostrar lo perjudicial que es esta idolatría del éxito personal basta observar un hecho interesante. En las sociedades donde se ha legitimado la búsqueda del deseo personal como un axioma cultural y aún constitucional, no importa si a juicio de los hombres la intención es buena, los principios pasan a un segundo plano pues, “el fin justifica los medios” y cuando esto sucede, la descomposición social leuda a las personas y la violencia no tarda en hacer su aparición. Es por esto que los Estados Unidos de Norteamérica han tenido que armarse con el sistema judicial más poderoso del mundo y también las cárceles más seguras. Una sociedad no puede funcionar correctamente bajo el paradigma de la “búsqueda de la felicidad” personal sin Dios, porque esto implica irremediablemente el choque contra los derechos de los semejantes. El deseo del alma es válido cuando se busca en el Señor, porque sabemos que su voluntad está sobre toda voluntad humana, por lo tanto, si es bueno delante del Señor, es bueno delante de todos los hombres y útil para edificación de la sociedad.
El deseo de los humildes oíste, oh Jehová;
Tú dispones su corazón, y
haces atento tu oído, Para juzgar al huérfano y al oprimido,
A fin de que no
vuelva más a hacer violencia el hombre de la tierra.
(Sal 10:17-18)
Señor, mi éxito es caminar conforme a tu voluntad y hacer lo que tu digas. Mi reposo es en ti, en ti es mi seguridad, tu eres mi fortaleza.
Gracias Señor por tu presencia y tu amor, por permitirme llegar a ti y por oírme y atender mi súplica. Amén.
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